En Cinebrand tenemos dos líneas de trabajo muy claras, diferenciadas pero íntimamente relacionadas: Producción de branded content narrativo y diferencial para marcas, profesionales y particulares, y la producción de contenido audiovisual de ficción y documental destinado a cines, plataformas y TV. Pero ambas tienen un denominador común que les da solidez: usamos las historias para despertar emociones.
Una muestra de la conexión profunda de las dos líneas de trabajo es que, para crear la mejor propuesta de branded content, aplicamos una metodología propia, fruto de la experiencia y la formación de nuestro equipo en lenguaje y producción cinematográfica. Y si algo hace el cine es contar historias. Como dice Black Snyder en su divertido libro sobre guión Salva al gato: “dame lo mismo, pero distinto”.
Hace nada, a raíz del último post que publicamos sobre la nueva dirección de nuestro plan empresarial, un amigo y colega guionista nos ha recordado la importancia seminal de poner al espectador en el foco de nuestros proyectos, de tenerlo como referencia y medidor de cada idea. Daniel Tubau lo remarca una y otra vez en sus libros, sobre todo en “El espectador es el protagonista». Y el marketing ha asumido esto con gran fuerza, aunque más o menos fortuna. Con la aparición del modelo «buyer centric», junto al «branded content», el «storytelling», el «advertainment», y otros anglicismos técnicos, refuerzan la idea, que nosotros asumimos de forma natural, de que el espectador/cliente es lo más importante de un relato, y su experiencia y la emoción que siente con ese relato es lo que le va a llevar a aceptarnos, asumirnos y comprarnos.
«Homo ludens,» (1938) de Johan Huizinga, planteaba que la definición del homo sapiens, superada la visión del homo faber: un homo ludens postula la interacción primaria el ser humano con el mundo que lo rodea a través del juego y el acto lúdico.
Siguiendo ese postulado, en Cinebrand suscribimos desde hace mucho tiempo otro paso evolutivo apuntado por autores como Carlos Scolari o Jean Molino: el Homo Fabulator. Este concepto, aún no demasiado conocido, hunde sus raíces en Platón y su concepción de la realidad como reflejos o ilusiones de las ideas a las que nunca podríamos acceder. Y si nos fijamos, ya está presente en la idea del homo ludens, porque la narración también es juego.
La “deconstrucción sistemática de la naturaleza durante los últimos siglos ha revelado que en el fondo absoluto (nivel cuántico), la realidad es como una sopa de fideos, se compone de cuerdas y es la vibración de estas cuerdas que dan lugar a partículas elementales con nombres de fantasía como quarks, leptones, anti-quarks y anti-leptones. (https://medium.com/@gurpreetbrar/we-are-not-homo-sapiens-we-are-the-homo-fabulators-204bc05af0e9)
Es esperable -y deseable- que las teorías evolutivas sigan dando estos y otros titulares durante mucho tiempo, a medida que vamos conociendo un poco más -y también un poco menos, a medida que el horizonte se ensancha, las opciones se multiplican- la realidad.
Y, sin embargo, el concepto de Homo fabulator, como corolario de esta búsqueda de nosotros mismos, y deudores como somos de nuestra debilidad como narradores, no es algo novedoso, ni siquiera actual. Su conceptualización sí.
Debemos volver al origen si queremos ser originales. Hemos hablado de Platón, pero los sofistas ya usaban la narrativa para construir su entorno. Las religiones del libro cuentan su propia versión de la humanidad. La mitología previa ya explicaba el mundo con historias. Contar es tan viejo como nuestra especie. Un acto tan antiguo y tan presente como la propia Humanidad.
Y si profundizamos en el sentido real y completo del concepto homo fabulator, llegamos a la verdadera esencia de lo que es ser humano.
Gracias a eso, yo he descubierto cuál es el sentido de la vida:
La realidad no importa, no cuenta, no sirve. Es algo incognoscible que nunca llegaremos a entender. Lo que nos hace humanos, lo que nos otorga la esencia de especie diferencial, es la capacidad de interpretar esa realidad inaccesible, y sobre todo, de contarla.
Esa prodigiosa facultad de inventar narraciones, relatos, historias, es la característica más inherente a nuestra condición como especie. Por dos motivos:
– Porque nos ayuda a que nos ayuda a sobrellevar nuestra propia y terrible autoconsciencia, anteponiendo la relatividad reconfortante de nuestra observación a la frialdad de una realidad inasequible.
– Y, tomando de Oscar Wilde y robándole a Groucho Marx, porque esa relatividad nos permite tomarnos seriamente en broma a nosotros mismos.
Así pues, miremos alrededor, observemos el mundo, y nos tomemos muy en serio nada, ni a nosotros mismos, para poder disfrutar de ese milagro improbable que es la vida. Creemos fábulas, usemos relatos, regalemos cuentos, ofrezcamos historias que nos hagan felices. No hay mejor actitud vital.
0 comentarios